Children & Old

Vivir a-isla-do

viernes, 12 de noviembre de 2010

Dos amigos.


¡José!, gritó mi amigo harto de esperar paciente el regalo que le había comprado por su cumpleaños. Nos reunimos en el banco más próximo a la tienda de caramelos de la señora Flip, gorda y siempre sonrojada. Aquella mujer estaba llena de bondad.
Pronto nos animamos a entrar y compramos montones de chucherías. Una caja de caramelos dorados eran los preferidos, tan sabrosos que despertaban en nosotros sensaciones extrañas.
Nos convertimos por un instante en dos pequeñas mariposas revoloteando por un maravilloso jardín.
Mi amigo Pedro regresaba al banco frente a la tienda de caramelos casi todos los días, pero yo no me acerque jamás . Hoy le recuerdo todas las mañanas, era mi mejor amigo.
Me he despertado y he cogido el primer avión que salía hacia la ciudad donde nací, comprobando que aquel banco seguía junto a la tienda de la señora Flip. Había dos mariposas que revoloteaban por encima de mi cabeza reviviendo mi niñez, añorando el lugar de donde nunca volveré a partir.

martes, 2 de noviembre de 2010

Retazos de una vida.


Recuero a mi madre pendiente de todo. Era la salida más rápida a los problemas que generábamos los hermanos. Atenta a los cambios que experimentábamos con la edad, encontraba un momento para reconfortarnos. Pero como todo cambia, ella también lo hizo, no porque quisiese, si no porque su cuerpo ya no podía con el dolor. Solo tenía una salida, descansar.
Afortunadamente todos tenemos una y si os fijáis cuando vayáis a un lugar habrá un cartel que os indicará la salida. Si escoges la misma que yo quizás nos encontremos.
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Entramos en la sala de espera donde las sillas se encontraban ocupadas con orondos personajes hambrientos. Deseaba ser atendido rápidamente, pero todos hablaban sin parar. Escuchaba un rumor constante e insistente que no dejaba oír mis pensamientos.
¡ Silencio!, dije de repente, dejando todos de hablar, mirándome fijamente como si esperasen algo más que la mera solicitud de no escuchar nada. ¡ Silencio en la sala ! dije, pero todos continuaron ejerciendo de parlanchines.
Cogí un rotulador y con firmeza escribí en la pared: "No se puede escuchar si nadie quiere ser oído".