Vivía en una casa grandiosa, toda rodeada de jardines. Cuando se encontraba sola, tranquila, respiraba gozosa, dando largos paseos, bebiendo té y oliendo a jazmines.
Escuchaba música mientras soñaba con el color del mundo exterior, hasta que llegaba el momento del regreso al hogar del hombre con el que se había esposado. La piel rosácea de María se convertirá en su escudo, aun sabiendo que no resistirá tanto peso.
La noche oculta su cuerpo, el miedo retuerce su ceño, la puerta comienza a abrirse y aquí empezará el reto; conseguir que la próxima paliza termine antes de tiempo.
Todos los días lo mismo sin poder huir de ese infierno, sin encontrar los vientos que le acerquen los buenos recuerdos, sosiego y tranquilidad que conseguirá al abandonar a ese cerdo.
Creo que siempre existe solución. Sin caer en el masoquismo. Ufffff pobre María.
ResponderEliminarSaludos cordiales,
Aída
La violencia de género es el infierno cotidiano de muchas personas. El miedo a veces paraliza e impide escapar, liberarse y recomenzar. Me gustó tu relato. Abrazo.
ResponderEliminarme gustó tu relato
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